Categoría: HollyCIAwood

El cártel de HollyCIAwood (3). Cine de propaganda al servicio de la CIA y el Pentágono (y III)

10. La Entrevista (2014)

ENTREVISTA

Esta, dicen, es una película-sátira basada en uno de esos enemigos políticos de EEUU sobre el que ha intensificado su campaña demonizadora en los últimos años, esto es, la Corea del Norte de Kim Jong Un. La Entrevista es un panfleto cinematográfico que ha gozado de un recorrido cómico-grotesco ciertamente notable, mucho más, si cabe, que la escasa o nula gracia que contiene. Y es que el mosaico circense montado contra el “gordito norcoreano” ya lo tenían configurado de antemano los «yankees». De ser una producción marginal sin repercusión mediática y a nivel de público, destinada a pasar por Youtube (antiguamente se decía que por los “videoclubs”) antes que por las salas de cine, los promotores de La Entrevista lograron que alcanzara difusión internacional gracias a uno de esos bulos que, a menudo, se suelen inventar algunas de las múltiples agencias policiales o de seguridad de EEUU, en este caso, el FBI, con el objeto de señalar enemigos internos o externos.

Y es que para dar algo de vidilla a esta comedia sin gracia, los del FBI se sacaron de la manga que los norcoreanos habían estado, nada menos, que detrás de un ciberataque a la productora del film, SONY (como si no tuvieran más que hacer en la RPDC que tocar los cojones al imperio y meterse en fregados internacionales). Lo de los ciberataques a EEUU no es nada más que un timo pillado por los pelos que, de vez cuando, largan desde Washington contra países “no amistosos” (léase, China) inventándose fábulas conspiranoicas a la carta para consumo del rebaño; en el caso que nos ocupa, aprovechando la propia temática anti-norcoreana de la película. Evidentemente, el “affaire norcoreano” previo (la falsa bandera o montaje del FBI) perseguía demonizar (una vez más) a la RPDC utilizando un pasquín cinematográfico de poca monta.

De tal modo que, una vez iniciado el sainete-conjura malévola de Kim Jong Un, las exhibidoras de USA comenzaron a hacer teatro “negándose” a estrenar la supuesta “parodia” del Gran Líder ante (no se rían) “las amenazas de otro 11-s”. Sí, como lo oyen, Kim Jong Un-Laden estaba dispuesto a enviar un comando juche a Jolivú para no dejar títeres con bótox y demás rellenos faciales (según las malas lenguas, Tom Cruise demoró ponerse su cara de sapo actual por si acaso). En fin, que todos los tontos inútiles del Tío Sam salieron a la palestra, desde la achacosa y olvidada pseudoactriz Mia Farrow al “progre” Michael Moore, pasando por el sionista de turno (Aaron Sorkin; el sionismo es pieza clave en el control del cine hollywoodiense), con altisonantes declaraciones a cada cual más ridículas y estrafalarias (“han ganado los malos”, “se han cumplido los deseos de los terroristas”). Oficialnoicos del American conspiracy en estado puro.

Lo cierto es que la cuestión mollar de este film se les ha escapado a muchos críticos, esos que sólo son capaces de atisbar buen o mal cine en los libelos propagandísticos del Pentágono, el gran John Wayne u otros fascistas al uso, pero sí ver panfletismo en el ruso Eisenstein (que tampoco es que me entusiasme excesivamente). Veamos. El “argumento” de la cosa llamada La Entrevista consiste en lo siguiente: “dos periodistas estadounidenses -que trabajan para la CIA (nada novedoso)- viajan a Corea del Norte, se reúnen con su líder, Kim Jong-Un, y luego, después de humillarlo en todas las televisiones del mundo lo asesinan con un misil”. La “ingeniosidad” americana, aquí, es matar a un presidente extranjero, real, demonizado previamente por los políticos estadounidenses, sin tan siquiera disimularlo en un guión de ficción. Pero, tal vez, a esos avispados guionistas no les haría tanta gracia redactar una historia que tuviera como protagonistas, final y justamente ejecutados, a criminales de guerra como Obama, Cameron, Aznar, Blair, Sarkozy o Netanyahu, todos ellos con decenas de miles de crímenes a sus espaldas. 

Es más, sin llegar a tanto (el asesinato de un líder político occidental), vamos a suponer que se hiciera una comedia burlona y corrosiva sobre, por ejemplo, el ex Rey español (el de Franco) con sus tramoyas golpistas, sus corruptelas, sus líos puteros de faldas y sinfín de robos reales con los que se ha enriquecido delictivamente, con o sin jeques golfos de por medio, y por los que debería ser procesado, condenado y enjaulado. No sólo esa película no hubiera salido a la luz (eso que tanto demandan de libertad de expresión estaría en el cubil de la democraCIA) sino que sus autores probablemente serían perseguidos penalmente por el tribunal político español de turno (la Audiencia Nacional). Más al contrario, aquí se hacen bochornosas desvergüenzas televisivas de adulación y cortesanía a la monarquía española o, bien, se dejan caer inofensivas críticas (extremadamente suaves), casi diría que campechanas… ¿verdad Wyoming?

Dice Jon Reynolds, el autor de esta serie de 11 entregas cinematográficas imperialistas, que Después de sacrificar 112 minutos de mi precioso tiempo para ver esta película, la parte más ridícula llegó al final, cuando, después de ser asesinado Kim Jong-Un, vemos en los canales de noticias de Corea del Norte anunciando felizmente que van a celebrarse «elecciones democráticas» en todo el país. Como todos bien sabemos, dice ácidamente Reynolds, cuando la CIA elimina o asesina al líder de un país extranjero la «democracia» es lo que sigue, añadiendo, a continuación, con igual sarcasmo que es evidente que esto ocurrió después del golpe de 1953 respaldado por Estados Unidos en Irán, que dio lugar a la entrega del poder a un dictador brutal (el Sha Rezha Pahlevi). […] Y por supuesto que vimos resultados similares después que el líder libio Muammar Gaddafi fuese derrocado y golpeado hasta la muerte por los «rebeldes» apoyados por Estados Unidos; basta con ver cómo está Libia ahora. Incluso Irak donde, después desalojar del poder a Sadam Hussein, el terrorismo (fomentado por los norteamericanos, Israel y la OTAN) y la inestabilidad política son moneda de curso común.

Pero así es como el imperio modela su discurso propagandístico. Con montajes vodevilescos como este donde el chabacano mensaje político que quiere vender EEUU enmascara todo lo demás.

11. American Sniper (2014)

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Clint Eastwood con esta última película (y otras previas anteriores) está más de capa caída que nunca y encima retomando el viejo lenguaje fascista que tan afín le fue en producciones como Harry el Sucio, El Sargento de Hierro o Mystic River. Un retiro a tiempo es siempre una victoria, pero el anciano Eastwood prefiere “morir matando”, nunca mejor dicho. Esta nueva apología del crimen propagandístico estadounidense cuenta con la novedad de un relato y un personaje real, el de un asesino en serie (Chris Kyle, fallecido en 2013, en los infiernos esté), aquí denominado “francotirador”, que cuenta en primera persona como en la Irak arrasada por su “glorioso” ejército invasor iba eliminando iraquíes (civiles en su mayoría) como si fuesen una colección de cromos, en una sucesión de «locura» asesina por ver quien ostentaba mayores niveles de crueldad y sadismo. Chris Kyle, un psicópata de manual, se divertía, él y sus compinches, jugando a asesinar a la desarmada población civil iraquí o a los pocos resistentes que por aquel país quedaban. Kyle jamás escondió sus propósitos asesinos y el viejo retrógrado Eastwood, a pesar de toda la aberrante carga inmoral que conlleva el personaje, se ha dedicado a hacerle un homenaje laudatorio durante toda la película.

Jon Reynolds deja bien claro que Kyle se dedicaba a disparar balas en la cabeza de los iraquíes cuyo crimen más imperdonable fue el de defenderse de una invasión injusta. Y no sólo eso sino, que este sujeto de Kyle, fascista y racista, escribió un libro contando sus «hazañas» en Irak (y que dio origen a esta película) señalando despectivamente a los iraquíes como “salvajes” y con un “ójala hubiera matado a más”. La lástima es que no se hubiera disparado a él mismo (o le hubieran alcanzado mortalmente). Nos hubiéramos ahorrado esta crítica y Eastwood estaría disfrutando de una vejez menos dada a glorificar a maleantes.

La tan mentada satanización del enemigo, por parte de las potencias imperialistas, conlleva, indisolublemente,  a justificar su eliminación física (donde siempre sus víctimas son convierten en simples “estadísticas” o en esa invención criminal llamada «daños colaterales») y, en último término, a afianzar la política militarista exterior de EEUU como la única posible que defiende (con bombas de fragmentación y tiros en la cabeza) los derechos (“amenazados”) de los americanos y del resto del mundo “libre”. American Sniper no podría ser más conveniente en términos de entregar a un público cansado de la guerra una película con fuerte dosis de propaganda, eso sí de calidad dice Jon Reynolds. Yo diría que ni eso (calidad, que no es tal), ya que ésta queda totalmente emborronada por un discurso que es abyectamente reaccionario en favor del asesinato masivo.

American Sniper me ha parecido un panegírico racista similar a la propaganda nazi que hacía la cineasta favorita de la Alemania hitleriana, Leni Riefensthal, para ensalzar a las SS, a la Gestapo y a la política de tierra quemada del III Reich, con una estética, en este último caso, eso sí, bien lograda. La cinta de Eastwood muestra a los “inferiores” iraquíes, una vez más, como sádicos y crueles con el invasor y a un engendro psicópata del ejército norteamericano como el prototipo de héroe de su país…que ya le vale al añoso carcamal de Eastwood. Un “héroe”, no podía faltar, matando con la Biblia bajo el brazo (Kyle era un devoto de este «libro sagrado»), junto a Dios, la CIA, los fascistas y el Pentágono, asesinando en serie y (supuestamente, dijeron algunos) a los “saqueadores” del huracán Katrina en la ciudad de Nueva Orleans.

Aunque no todo está perdido. Los hay, pocos, en el imperio, que no se dejan engatusar por esta nueva oda al inacabable crimen internacional de EEUU. Un usuario de la página IMDB (la base de datos que engloba todo el cine mundial), ciudadano USA, señala, muy enfadado, a propósito de esta abominación cinematográfica: En verdad, después de haber visto esta película, me da vergüenza ser estadounidense. Si Chris Kyle es el americano por excelencia que el señor Eastwood quiere para todos y cada uno de nosotros me estremece el hecho de pensar que algo así sea a lo que cualquiera, en este país, pueda aspirar a ser. En definitiva, que esta basura deplorable pueda ser vista como algo que nos representa a los estadounidenses.

Pero también hay quien incide en el carácter demente del personaje idealizado y hasta casi «poetizado» de Eastwood. Chris Kyle, dice otro asqueado cinéfilo de los USA, era una máquina de matar, patológicamente psicótico, con cero remordimientos y que fabricó historias acerca de cómo había matado a ciudadanos estadounidenses en Nueva Orleans, durante el huracán Katrina. Fue juzgado en un tribunal estadounidense por mentiroso, diciendo falsedades para beneficiarse de las ventas de su libro. Mientras que otro norteamericano, de los que no se dejan manipular fácilmente, se pregunta escandalizado ¿Cómo es posible que el personaje principal de American Sniper, un asesino de masas, sea retratado como un héroe nacional?

Tal vez Kyle haya sido “endiosado”, después de muerto, porque probó de su propia medicina en un país enfermo de armas y de violencia, siendo (casualidades de la vida) ejecutado a tiros por otro veterano de la guerra de Irak, en el año 2013. En cierta forma, con la muerte de Kyle se hizo algo de justicia para las centenares de sus víctimas y las cientos de miles que ocasionó la invasión de Irak por EEUU. Aunque Eastwood le haya rehabilitado (y rentabilizado monetariamente) en su deplorable American Sniper.

El cártel de HollyCIAwood (3): cine de propaganda al servicio de la CIA y el Pentágono (II)

6. Skyfall (2012)

 

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Reconozco que el conservador, monárquico, anticomunista y mujeriego (o putero de alto “standing”) James Bond (JB) de Sean Connery o Roger Moore tenía un punto de nostalgia, sentido del humor y “savoir faire” casi empático…si lo comparamos con los prototipos de JB que han ido apareciendo en las últimas paridas del remozado JB. El actual sale perdiendo por goleada, incluido su predecesor (Pierce Brosnan, un actor que únicamente estuvo aceptable en la serie televisiva Remington Steele). Y es que reinventar el personaje en el siglo XXI es, literalmente, dejarlo deformado y, por tanto, irreconocible. Ese chulo diseñado con escuadra y cartabón, body-gym inexpresivo y anodino, llamado Daniel Craig, ya me resultó descafeinado cuando apareció en escena como el “nuevo” JB (Casino Royale). Así que no se podía esperar gran cosa de este Skyfall y menos de las anteriores entregas con papel protagonista para el susodicho armario.

Pero hablamos de la vieja propaganda política imperial. Y aquí (al igual que ha sucedido siempre con JB) hay repertorio en favor de la OTAN y los hijos de la Gran Bretaña. La excusa es el “ciberterrorismo”, como una suerte de analogía sobre Wikileaks (o PufoLeaks) para que veamos qué tipo de gente son los que filtran, supuestamente, los delitos de Estado. Aquí el malo de la peli (Javier Bardem) pilla secretos de la banda armada OTAN y otros conspiradores de Estado, como el servicio secreto británico en el exterior, el MI6, no por amor a una causa justa, como así debiera ser, sino por la típica y sobada venganza contra sus ex colegas de contubernio y cloaca.

El autor del blog sobre los once panfletos proCIA, Jon Reynolds, señala atinadamente que “los verdaderos James Bond de la vida real se infiltran en grupos como el ANC (la que fue organización guerrillera de Nelson Mandela), el Occupy Wall Street y otros movimientos de activistas en el mundo para engañarlos y manipularlos. De esta forma se organiza desde el Estado la represión contra la disidencia. Y, sin embargo, dice Reynolds, Skyfall está destinada a que sintamos lástima por esos tipos (los espías) cuando un mal llamado ciber-terrorista expone su engaño o crimen (el de los servicios de inteligencia) al mundo. Es decir, estamos ante un ejemplo de psy-op cinematográfica que, sin duda, funcionará hábilmente entre el rebaño (grande o pequeño) de crédulos. Que les aproveche a ellos y a la Reina Isabel de las Cogorzas.

7. La noche más oscura (2012)

 

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He aquí como legitimar la tortura y el asesinato de Estado en una pantalla de cine. La imperialista Kathryn Bigelow (que se empeña en mostrar que es más marimacho testosteronada que nadie) expone al espectador una construcción ideológica basada en una gigantesca mentira. Bajo el patronazgo absoluto de la CIA (como en su anterior obra “iraquí”) Bigelow realiza un subproducto fascista basado en una grosera representación de la “verdad” americana sobre la engañifa del teatro-“ejecución” de Bin Laden en Pakistán por los marines de EEUU. La diferencia entre esta película y el montaje que orquestó el Pentágono para mostrarlo al mundo es, como es lógico, ninguna. Ambas se funden en una sola por lo que cabe decir que primero se escenificó la farsa “real” (el “matarile” de Laden) y luego se realizó el metraje para dar consistencia a la opereta bufa binladesca.

No hace falta decir, por enésima vez, que el terrorista saudí Bin Laden estuvo a sueldo de la CIA en sus “años mozos” talibánicos, luchando contra los soviéticos, y que luego cayó en desgracia para Washington porque ya no le era útil, una vez caído el bloque comunista. Más exactamente, no les fue tan inútil del todo puesto que el barbas les vino de perlas para explotar el otro Gladio, el islámico, y sus prefabricados enemigos musulmanes. Bin Laden es altamente probable, y así se documentó en su día por diversos medios (incluida la ultraconservadora Fox News norteamericana), que falleció de muerte natural (era conocido que padecía una enfermedad renal) en diciembre de 2001, en las montañas de Tora-Bora, en Afganistán. Desde entonces, la CIA (hasta el año oficial de la muerte-ejecución de Laden, 2011) se dedicó a fabricar videos y audios falsos del saudí para seguir alimentando el mito del propio terrorista y, por extensión, el del terrorismo islámico, patrocinado por EEUU e Israel, básicamente mediante falsas banderas, para consolidar el dominio geopolítico de los globalistas.

Volviendo a los nexos de la CIA con este film, Jon Reynolds, sirviéndose del FOIA (el Acta de la libertad de información estadounidense) afirma que el guionista de La Noche más Oscura, Mark Boal, realizó cinco llamadas de conferencia a la Oficina de Asuntos Públicos de la CIA, a finales de 2011. Durante esas llamadas Boal informó a la CIA, línea a línea del guión, para que la Agencia editase las partes que “no le gustasen”. Además, Boal se sabe que visitó la misma sede de la CIA. La colaboración de la directora y el guionista de La Noche más Oscura con la CIA se hizo con el pleno conocimiento y aprobación del entonces director de la Agencia, Leon Panetta.

Por tanto, esta bazofia (que dejé de ver a mitad de proyección) se hizo, exclusivamente, para glorificar propagandísticamente a la CIA y sus métodos oscarizables de tortura y asesinato.

8. Argo (2012)

 

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Ergo…tocaba Irán y ya tardaban en las cloacas de HollyCIAwood en hacer la correspondiente propaganda contra la Revolución islámica a cuenta de la “crisis de los rehenes” de 1979. Algunos apuntes iniciales sobre este otro panfleto de la CIA son prometedores. Dice Jon Reynolds: Argo comienza así: «En 1950, el pueblo de Irán elige de Primer ministro al laico Mohammad Mossadegh, quién nada más tomar el poder nacionalizó las explotaciones petroleras británicas y estadounidenses, para devolver el petróleo de Irán a su pueblo.» Vaya, esto sí qué es una gran novedad. Una película norteamericana que critica, sin ambages, el imperialismo “usano” y se “posiciona” con los oprimidos. Pero nuestro autor echa rápidamente un jarro de agua fría: A partir de ahí, todo va cuesta abajo. Efectivamente, el engaño es para principiantes y hasta uno se creyó que la cosa iba a tener unas lecturas menos complacientes para los amos del mundo.

Una película que parecía iba a ser narrada en clave “progresista” (risas), deja de serlo a los pocos minutos para mostrarse como lo que realmente es: se trivializa el golpe de Estado de la CIA contra el presidente democrático Mossadegh y pasa directamente a configurar a los iraníes como previsibles fanáticos sedientos de sangre, mientras que la CIA es elogiada por la operación de rescate de los rehenes en la embajada USA en Teherán. Lógico que la Casa Blanca y la propia CIA estuvieran entusiasmadas con esta película. Una monumental patraña de este calibre (con el engañabobos “progre” del comienzo) no podía dejar de lado a sus “sponsorizadores”. Pero en el guión hollyCIAwoodiense faltaban algunos flecos capitales que hubieran dejado en evidencia toda la operación de la CIA en el asunto de los rehenes y que, lógicamente, habrían trastocado todo el film.

Fara Mansoor, un destacado intelectual iraní disidente, sostuvo hace algunos años, mediante miles de documentos que obraban en su poder, que la “crisis de los rehenes” fue una operación política creada por la facción pro-George Bush de la CIA con el propósito de crear una alianza con el fundamentalismo islámico de Jomeini. Todo ello con dos objetivos:

1) Que Irán estuviese libre de comunistas bajo el control del Ayatollah

2) Para desestablizar al gobierno del entonces presidente norteamericano, el demócrata Jimmy Carter, y colocar a George Bush en la Casa Blanca.

En USA habrían buscado a su Bin Laden-B (Jomeini) para luchar contra el laicismo comunista en Irán. Nada nuevo en las alianzas anticomunistas usanas, con tal de frenar y aniquilar a su gran enemigo histórico. Así pues, una vez logrado el objetivo interno de los “ayatollahs” del exiliado Jomeini de neutralizar a los comunistas iraníes, al igual que sucedió con el saudí Bin Laden en Afganistán, en Washington utilizaron la maquiavélica fórmula de demonizar a su anterior y provisional aliado teocrático para crear una guerra progresiva de desgaste contra el país iraní, que ha continuado hasta el día de hoy.

En síntesis, y volviendo a Argo, éste es otro subproducto realizado a mayor gloria de la CIA que tuvo la recompensa de llegar hasta los Oscars y hacerse con algunos de ellos. Pero los verdaderos triunfadores fueron, además de la propia CIA, el Pentágono y el lobby sionista de Israel.

9. Capitán Phillips (2013)

 

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Después de deformar la realidad del 11-s, con una potable porquería propagandística, como fue el United 93, el maniobrero y bufón británico de la CIA, Paul Greengrass, dejó hace un par de años otro recado intoxicador cinematográfico. Esta vez el turno era para los que dicen son “piratas” que actúan en las costas somalíes contra buques del Primer Mundo, esos que van a faenar (o robar) recursos pesqueros a las zonas más deprimidas del planeta. En el negocio sucio de la desinformación occidental los llamados “piratas” somalíes han sido, en los últimos tiempos, objeto de demonización cotidiana en los medios que manipulan y sesgan a su antojo a través de sus “noticiarios” y tabloides escritos.

¿Qué podía esperarse, entonces, de una película norteamericana sobre ese «conflicto» sino que resultara un instrumento en favor de la propaganda imperialista económica occidental? El autor del blog de referencia, Jon Reynolds, pone el dedo en la llaga cuando dice que se estima que 300 millones de dólares de recursos pesqueros es robado de las aguas de Somalia cada año. Sin embargo esto parece que no es peor que el secuestro de buques de carga occidentales. Y citando a The Independent señala que en 1991, el gobierno de Somalia colapsó en una crisis sin precedentes. Sus nueve millones de habitantes se han hundido en el hambre desde entonces y las multinacionales del primer mundo capitalista vieron una gran oportunidad para robar alimentos del país mediante sus barcos de pesca, además de verter residuos nucleares en sus mares.

Así es, los desechos radiactivos de las centrales nucleares, europeas o americanas, es el regalo envenenado que ha entregado Occidente a los somalíes como contrapartida del robo pesquero. Ironías aparte, (el autor) pone sobre la mesa algunas cuestiones incómodas sobre este muy serio asunto de la contaminación nuclear: tan pronto como el entonces gobierno somalí se fue del poder, misteriosos barcos europeos comenzaron a aparecer en las costas de Somalia, vertiendo enormes barriles con residuos nucleares en el océano. La población costera comenzó a enfermar. Al principio sufrieron erupciones cutáneas extrañas, náuseas y bebés malformados. Luego, después del tsunami de 2005, cientos de barriles con fugas radiactivas aparecieron en las costas somalíes. La gente comenzó a sufrir enfermedades por radiación y más de 300  personas murieron. Este acto de bandidaje internacional por parte de los depredadores de Occidente apenas tuvo trascendencia alguna en las brunetes mediáticas del Primer Mundo y tampoco Greengrass quiso reflejarlo en su película, ofreciendo únicamente una imagen distorsionada y pro-imperialista del “conflicto”.

En definitiva, Capitán Phillips es otro producto hecho por y para el capitalismo expoliador de EEUU omitiendo hechos que podrían hacer que el espectador valorase de muy diferente manera una película que resulta ser, en lo sustantivo, un canto al neocolonialismo de Wall Street. Si a ello añadimos esa odiosa y estúpida forma de hacer cine (y TV) de hoy en día, a golpe de “steadycam” (o baile de san vito de la cámara, en el que acabas además de mareado de muy mala hostia), que el guión es patético (cuatro tontos somalíes adolescentes hacen frente a un ejército de Navy Seals), que Tom Hanks me repele….Capitán Philips es simplemente olvidable cinematográficamente y, ya no digamos, políticamente.

El cártel de HollyCIAwood (3): cine de propaganda al servicio de la CIA y el Pentágono (I)

 

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El cine de la CIA-Pentágono se puede decir que alcanza su punto de inflexión en el siglo XXI con el “pistoletazo” de salida del autoatentado terrorista de las Torres Gemelas en el año 2001. Curiosa “coincidencia” o no, la posterior guerra del imperio y sus socios contra el “terror” dará pie a que Hollywood se configure como una de las herramientas más visibles de legitimación de la política exterior de Washington y sus brazos armados. Aunque previamente, unos meses antes, una película patriotera, Pearl Harbor (2001) fue una preparación para lo que llegaría después. La televisión merecería otro capítulo aparte, con sus aburridas, postmodernas, propagandísticas y reiteradas series de policías con las que nos llevan fustigando desde hace varios años. Con notables excepciones, ya añejas (qué le vamos a hacer): por ejemplo, ese descriptivo teniente Colombo (Peter Falk) plasmado como un policía que sobrevive con cuatro «duros» y un coche Peugeot semidesvencijado, vistiendo casi indigente y hecho a posta un zote para engañar a los poco habilidosos e idiotas asesinos ricos; aquella Hill Street Blues de comienzo imprescindible (imposible olvidar la música de Ted Post) con alcohólicos (Kiel Martin, Daniel J. Travanti), sobrios (Michael Conrad), algunos mugrientos (Bruce Weitz), otros enérgicos (Dennis Franz), algunos humanistas (Joe Spano, Michael Warren) y, por qué no, a veces conmovedores policías y, también, por supuesto, abogadas para seducir irremediablemente (Veronica Hamel) o, en fin, la elegante Corrupción en Miami, que iba más allá de la obscena superficialidad de un Ferrari Testarossa, la estimulante (a veces) música ochentera de la «New Wave», los cameos de Frank Zappa o Phil Collins y, cómo no, los trajes de Armani de la pareja protagonista (Don Johnson-Philip Michael Thomas), sobreimponiéndose la soberbia construcción analítica del personaje a cargo de Edward James Olmos, el Teniente Castillo y, ya más en un segundo plano, la presencia un tanto anémica de las dos protagonistas femeninas (Saundra Santiago-Olivia Brown). La ficción, entonces, era un cuento de hadas (sociológicamente casi eran de izquierdas) comparada con la cruda o cocida realidad de ahora, como bien se puede comprobar en esa epidemia de terrorismo policial que está sacudiendo al Tío Sam en los últimos tiempos.

En el  blog Screechingkettle se hace un muy buen análisis de una serie de películas que se considera de acusada propaganda imperial en este siglo y que han sido financiadas por el Departamento de Defensa y la propia CIA. En función de ello y para hacer una crítica con sentido (desde la óptica política, ojo, por tanto apenas se van a encontrar aquí, por no decir nada, elementos objetivos –o subjetivos- puramente cinematográficos) he decidido que tenía que ver al menos alguna de ellas (a pesar de mi congénita repulsión hacia el cine actual).  No he visto un par de ellas (las dos primeras), otras las abandoné a mitad de la sesión  y el resto he llegado hasta el final con la nariz tapada ya que ponerse una venda en los ojos no era lo más recomendable, por razones evidentes. Empecemos:

1. Pearl Harbor (2001)

 

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Esta es una película que se hizo por y para los militares del Pentágono, con supervisión directa, en el rodaje, del Departamento de Defensa. Destinada, principalmente, intuyo, a fagocitar el patrioterismo fácil entre el ciudadano medio consumidor de Macdonald’s, la Superbowl y la NBA. Dicen que Pearl Harbor fue una de las primeras falsas banderas. No he puesto especial interés en estudiar esta cuestión así que no voy a opinar o montar una conspiración alegremente sobre si hubo o no “false flag”, ni tampoco, obviamente, sobre sus supuestas “cualidades” cinematográficas, que las desconozco, ni es mi objetivo aquí describirlas, puesto que, fundamentalmente, de lo que se trata es de destripar su carácter político-panfletario-propagandístico que, sin, repito, haberla echado un vistazo, es lo que pinta.

2. The sum of all Fears (La suma de todos los miedos o Pánico Nuclear, 2002)

 

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Este film sería una demostración de cómo el Pentágono y la CIA pueden manejar y teledirigir a su antojo un guión en Hollywood. Aunque esta vez tuvieron a su escritor ultra favorito, Tom Clancy, para adaptarla libremente ya que éste había retratado originalmente en su novela a los siempre “odiosos” comunistas (el maccarthismo es siempre un fantasma altamente rentable), a unos palestinos de Hamás que trabajaban conjuntamente con Al-CIA-eda para, al parecer, montar un pollo en Denver (EEUU) y hasta algún renegado indígena americano sioux. Un cóctel de fascismo ideal para el patán medio americano, al que proporcionar un engendro con palomitas y Patriot Act. Pero el guión se reelaboró y se sustituyeron los “terroristas” favoritos de Hollywood (árabes y comunistas) por un despistado neonazi, algo que no hizo nada de gracia a los espectadores ultraconservadores norteamericanos que querían fidelidad a la obra escrita y no lo que ellos denominaban “sacrificio de la obra original en aras de la corrección política”. Tiene su guasa…pero esos criterios “correctores” fueron solamente de oportunidad política en el país que más brutalmente ha demonizado a los musulmanes. El avispero político anti-árabe lo azuzaron con el 11-s un año antes y simplemente, en el cine, dejaron la criminalización en “stand-by”. Con todo el resultado es, al parecer, una obra cien por cien propaganda imperial.

El autor del blog de referencia dice que la sumisión de la película al Pentágono fue el precio a pagar por utilizar los abundantes “juguetes” bélicos que proporcionó a este film el ejército norteamericano. El actor protagonista, Ben Affleck, parece ser que es el niño mimado de la CIA ya que en esta película (al igual que en Argo) interpreta a un agente de esa organización. Nada tendría de particular, lo de encasillarse en un personaje, si no fuera porque la afinidad de Affleck con la CIA ha ido más allá de una pantalla de cine ya que incluso fue a visitar las instalaciones de la Agencia en Langley, en “tour” personal acompañado del entonces jefe de la banda, George Tenet. Morgan Freeman es de suponer que saldría airoso del pastiche y daría vuelta y media al mediocre Affleck.

3. United 93 (2006)

 

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Predecible e infame propaganda de la versión oficial del 11-s, estrenada incluso de forma oportunista cuando se estaba produciendo el juicio contra un chivo expiatorio del 11-s, Zacarias Moussaoui, el presunto vigésimo secuestrador que se sacaron de la chistera los perpetradores de la fabulada y criminal opereta bufa de tan infausta fecha. United 93 es el nombre del vuelo (el cuarto avión) que dicen se “estrelló” en una zona boscosa de Shanksville (Pennsylvania) pero que, en realidad, fue detectado (poco después de «estrellarse») en el espacio aéreo de Indiana e Illinois gracias a la información proporcionada (indirectamente) por los Acars (registros liberados del FOIA) del despachador terrestre Ed Ballinger. La realidad de lo ocurrido en Pennysilvania se redujo, muy probablemente, a que un caza del ejército norteamericano se encargó de hacer un boquete en la tierra mediante un misíl en las afueras de la mencionada población de Shanksville. El que quiera saber más sobre esta cuestión puede pasarse por las entradas del 11-s, de aquí mismo.

United 93 es un fraude hecho a mayor gloria de la versión oficial y los conspiradores. La película busca el recurso fácil, simplista y artificioso de impactar al espectador con el impostado y fabricado “heroísmo” de los pasajeros, antes que poner sobre la mesa cualquier elemento “crítico” con la versión oficial. El objetivo: inocular lo que fue un engaño de principio a fin adornado con recursos cinematográficos de película de entretenimiento. La Comisión Oficial del 11-s y los ejecutores del autoatentado debieron estar especialmente satisfechos y agradecidos con Greengrass

4. En tierra hostil (2008)

 

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La guerra-agresión de EEUU y sus aliados de la OTAN contra Irak ha sido trasladada, en los últimos años, al cine de Hollywood como vehículo de propaganda en favor del intervencionismo militar de EEUU en diversas partes del mundo. Esta En Tierra Hostil  ha sido una de esas deleznables operaciones de manipulación ideológica y justificación de la “guerra” por parte del imperio, en donde la directora (Kathryn Bigelow) se recrea a gusto con un guión fabricado enteramente por la CIA, a pesar de que, según dicen, no fue muy del agrado del Pentágono, ya que la bulimia compulsiva de los halcones militares del Departamento de Defensa exigía en pantalla “algo más de ardor guerrero”.

La síntesis de este libelo militarista la proporciona el autor del blog, Jon Reynolds, quién señala su carácter ferozmente propagandístico. Dice que en el mundo de las películas de propaganda de Hollywood, cuando fuerzas extranjeras atacan a los Estados Unidos son descritas como bárbaros salvajes que se lanzan en paracaídas sobre las escuelas y abren fuego contra los estudiantes. Aquí, además de la demonización colectiva ejercida sobre todo un pueblo, se invisibilizó, muy calculadamente, el millón y medio de muertos iraquíes ocasionados por el embargo y posterior invasión estadounidense, además de no reflejar el sadismo torturador de los marines «usanos» contra miles de personas inocentes e indefensas.

La perspectiva deliberadamente miope de Bigelow consiste en verlo todo bajo el prisma americano que, normalmente, suele ser profundamente maniqueo cuando se trata de glorificar a sus huestes de las barras y estrellas. Suficiente pecado y crimen para considerar a esta En Tierra Hostil como la plena justificación de un genocidio masivo en el que los americanos son retratados poco menos que como víctimas y no como lo que deberían haber sido: verdugos equiparables a la barbarie nacionalsocialista desatada en el frente oriental de Europa durante la II Guerra Mundial. Estas «justificadas aventuritas» del imperio ya se sabe que son unas cosas tan patriotas y oscarizables….

5. Iron Man (El hombre de Hierro, 2008)

 

 

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Se pregunta Jon Reynolds ¿Qué demonios está haciendo en esta lista Iron Man? Así es, una adaptación cinematográfica de un cómic de la serie Marvel parece una cosa ciertamente “superficial y aséptica” y, de partida, sin carga política para un consumidor que no busca ir más allá de visualizar en el cine un tebeo de “superhéroes”. Pero nuestro autor nos refresca la memoria sobre cuál fue el pasado de este personaje herrumbroso. El Hombre de Hierro fue, en origen, novelado (años sesenta) como un personaje anticomunista que servía a los propósitos de la guerra fría pero ha sido readaptado en esta película al fenómeno del “terrorismo” global, esa engañifa patrocinada, como es bien sabido, por EEUU-Europa-Israel. Si uno leía en el pasado infantil cómics de Marvel sin esa carga ideológica subyacente, ahora lo más lógico es que te parezcan una cosa bastante infumable y no digamos sus versiones adaptadas al cine, como ha sido el caso. Son las cosas de ir creciendo y tal..

Este Iron Man (Tony Stark, hombre de negocios en la ficción del cómic, interpretado por Robert Downey Jr) es una pieza más de propaganda del imperialismo americano que el blogger Reynolds apunta en una cita del crítico Robert Ebert: Iron Man es un superhéroe capitalista para quien la guerra es un buen negocio, y cuyo interés es garantizar que ese “negocio” siga funcionando ya que la guerra será siempre el mejor activo posible para lucrarse. Como la vida misma trasladada al complejo militar-industrial. Y es que, digo yo, los héroes de chatarra, cartón-piedra, plastilina y demás super-hombres americanos de Marvel-CIA pueden con todo (incluido el “comunismo”) y además son rentables asesinos a sueldo de Wall Street. Desde luego, no iban a ser aliados del NKVD, pero uno esperaba algo más de “neutralidad” cinematográfica. Algo así como un James Bond (la entrada que seguirá) luchando contra Spectra y su gatito persa (construido, solapadamente, todo hay que decirlo, como la encarnación de la maldad “comunista”).

En definitiva, Iron Man, además de aburrirme hasta el bostezo, rezuma el mensaje de siempre de los EEUU: somos los mejores (hasta que nuestros superhéroes de papel de fumar, los reales, salen escaldados de lugares como Vietnam). A la hora de la verdad, son los mejores en su propio país: disparando afroamericanos por la espalda.

Continuará…

El cártel de Holly-CIA-wood (2): el espionaje norteamericano se emplea a fondo en la “Meca” del cine

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Dice John Rizzo, ex asesor legal de la CIA, que la agencia de espías de Langley (Virginia), la sede la inteligencia norteamericana, «siempre ha tenido una relación especial con la industria del entretenimiento, dedicando considerable atención al fomento de las relaciones con Hollywood, sus ejecutivos, productores, directores y actores de renombre». En el pasado se sabe que la CIA ya había contado con la flor y nata de la extrema derecha cinematográfica de EEUU. John Ford, John Wayne y productores como Cecil B. de Mille, Walt Disney o Darryl Zanuck estuvieron “asesorados” por la CIA. Esto lo cuenta la historiadora Tricia Jenkins en su libro The CIA in Hollywood: How the Agency Shapes Film and Television (La CIA en Hollywood, cómo la Agencia moldeó el cine y la televisión). La guerra fría fue el escenario idóneo para abrir una agenda cultural, literaria y audiovisual al margen de las operaciones clandestinas que la CIA estaba ejecutando contra la URSS y el resto de los países socialistas y, también, en el marco de una guerra más “caliente”, actuando con el Gladio anticomunista de la OTAN.

Dentro de ese frente, la CIA llegó incluso a subvencionar directamente algunas películas adaptadas de obras literarias, como fue el caso de la inglesa Rebelión en la granja, de George Orwell, un intelectual troskista que le vino como agua de mayo al imperio para sacar partido de su conspiranoia anticomunista. Orwell había fallecido recientemente pero la CIA se puso en contacto con su viuda para dar forma final a su sátira sobre el “totalitarismo”, de manera que pareciese un panegírico enteramente anticomunista (aunque ya lo era en origen, la obra de Orwell pretendía hacer equilibrismos ideológicos entre el nazismo y el comunismo). Incluso otra escritora, como la inglesa Frances Stonor Saunders, en su libro La CIA y la guerra fría cultural, describe como la CIA, en su delirio anticomunista, incluso financió algunas de las “primeras exposiciones de pintura expresionista abstracta fuera de los Estados Unidos para contrarrestar las obras del Realismo Socialista de Moscú”.

El expansionismo de la CIA en Hollywood se  “oficializó” a mediados de los años noventa cuando la Agencia decidió colaborar abiertamente en las películas de Hollywood. Los investigadores Matthew Alford y Robbie Graham ya citaban un informe de la propia CIA, de 1991, en el que señalaban que la Agencia se movía muy bien entre los medios de aborregamiento masivos de Yankilandia (Washington Post, New York Times, CNN, NBC, ABC) ya que tenía en nómina a periodistas de, prácticamente, todos los principales oligopolios mediáticos norteamericanos, tanto escritos como audiovisuales, para monitorear que tipo de información tenían que subrayar, favorable, por supuesto, a las tesis belicistas del imperio. Habría que decir que aquí, en España, no hace falta ser muy perspicaz para afirmar que ha ocurrido exactamente lo mismo. Los tentáculos de la inteligencia española y el Ministerio del Interior están en los principales medios de  propaganda, con sus respectivos agentes mediáticos a sueldo (ElPaís, ABC, LaRazón, El Mundo, etc), quienes moldean una “opinión” favorable para según qué intereses le convenga al Estado.

Se ha hecho, pues, más que evidente que “Hollywood es realmente la otra cara de la CIA” o, más bien, habría que decir que es una de sus múltiples caras. No hay que olvidar que desde el fin de la guerra fría la visión estadounidense del mundo sigue siendo la misma, con el mismo calendario imperialista y el mismo maniqueísmo manipulador: antes, la satanización correspondía a los pérfidos comunistas. Ahora es Rusia y Putin, los chinos, los norcoreanos, los iraníes y, cómo no, los terribles árabes musulmanes del Estado Islámico, licenciados en terrorismo por las universidades de EEUU e Israel. Con la particularidad, eso sí, de que ahora es la propia CIA la que supervisa las producciones cinematográficas que pueden ser más afines a los intereses y la propaganda de Washington.

En los últimos años se ha realizado en HollyCIAwood cine basado en hechos reales o de ficción (con guiones de contenido bélico o predominantemente de espionaje)  el cual ha sido premiado generosamente en esa ceremonia fatua, previsible y estúpida como son los Oscar. Como hace años lo fueron deplorables alegatos a favor de la guerra (Vietnam) como El Cazador de Michael Cimino o esa otra apología militarista disfrazada de existencialismo de perra gorda, llamada Apocalypse Now, de Coppola, los medios materiales con los que han contado las modernas películas de guerra han corrido a cargo del Pentágono. Por otro lado, el guión no ha sido escrito en una habitación cualquiera de un hotel o un estudio, sino en el cuartel general de la CIA, en Langley. Y es que según Robert Baer, ex agente de la Agencia americana, “existe una simbiosis total entre la CIA y Hollywood». Para que luego digan algunos que se recurre a la “conspiranoia” (las palabras de Baer están recogidas en el libro de Jenkins, arriba citado). Fuentes de primera mano para los fans de las mentiras oficiales.

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JOHN RIZZO

¿Qué papel juegan, en el engranaje orquestado por la CIA en Hollywood, actores, cantantes, guionistas, productores o directores? Según John Rizzo muchas celebridades de la industria del entretenimiento, sobre todo de Hollywood, llevan a cabo actividades de inteligencia mientras están en el extranjero. Rizzo lo deja bien claro, “las personalidades de Hollywood son glamurosas, por lo que tienen acceso a personas en el extranjero a las cuales el Gobierno de EEUU no podría acceder. Algunas de estas celebridades, incluso, ofrecen sus servicios gratuitamente movidos por impulsos patrióticos”. Verdaderamente enternecedor (o estremecedor) si no fuera porque esos “artistillas” de pacotilla, ídolos de barro y chivatos con glamour (los del período clásico al menos si tenían “glamour” de verdad), que idolatran las mentes simples de medio mundo, están sufragando operaciones de eliminación de opositores políticos, grupos terroristas creados por la CIA o golpes de Estado cruentos en terceros países. Este es el patrioterismo que muestran unos tipos que dicen ser, en algunos casos, “liberales” (en el sentido americano “liberal” es ser progresista, lo cual tiene su gracia) pero que no deja de ser una fachada que esconde un pensamiento reaccionario y, por tanto, fascista muy al estilo de lo que gente como Gary Cooper o Elia Kazan hacían en la “caza de brujas” anticomunista de sesenta años atrás (delatar a sus colegas de profesión).

La hegemonía ideológica dominante en la industria de Hollywood es, por otra parte, la que lidera el lobby judío-sionista, quien controla de forma masiva el negocio del cine y la televisión y donde cualquier mínima discrepancia hacia las políticas etnicistas del Estado de Israel o el injerencismo político-militar exterior de USA supone poner en riesgo la carrera profesional del discrepante, tanto el que haga declaraciones públicas como el que se atreva a plasmar obras cinematográficas críticas con los hijos de Sión. El “despistado” Javier Bardem, que tuvo el poco “tacto” de cuestionar la operación militar-terrorista de Israel en Gaza hace un año, ejecutada después de una falsa bandera sionista con el supuesto asesinato de tres estudiantes judíos, ya sabe como se las gastan en Judenwood. El actor español fue “reprimido” verbalmente de forma muy dura por el conglomerado de sicarios “hollywoodienses” del sionismo (como fue el caso del ultra Jon Voigt, el padre de la morros de pato Angelina Jolie, entre otros), por lo que Bardem tuvo que “rectificar” sobre la marcha o muy probablemente se iba a quedar con lo puesto, sin pedigrí hollywoodiense y de vuelta a España a trabajar con Almodóvar (y quien sabe sin también con McNamara).

Eduardo Solórzano señala que la obsesión estadounidense por crear en sus ciudadanos la existencia de enemigos ha descompuesto todo lo que ha tocado y Hollywood es su cómplice. El primer objetivo ha sido construir generaciones de ciudadanos jóvenes y niños, temerosos de que su país sea invadido por otros, justificando desde siempre todo acto de saqueo. Una obsesión, diría que premeditada, con el ánimo de construir su particular dictadura totalitaria del miedo y ahogar bajo la bota imperial cualquier voz disidente. Y Holly-CIA-wood ha sido una oportuna correa de transmisión de todo ello. Tanto que Solórzano incluso deja caer, con ácida ironía, una serie de recomendaciones para cualquier aspirante a actor-fetiche en la “meca del cine” americano:

Si usted alguna vez busca trabajar en Hollywood debe tomar en cuenta lo siguiente:

  1. Demostrar que el régimen estadounidense siempre triunfa en  toda operación militar, de espionaje o virtual inclusive.
  2. Demostrar que sus elementos operativos son los mejores del mundo y nadie supera su inteligencia, fuerza, sabiduría y valentía.
  3. Demostrar que las guerras pueden ser duras, aunque siempre el desenlace es favorable a quienes intervinieron a favor del “mundo libre”.
  4. Demostrar que la realidad no puede ser superada por la ficción, pues lo que hacen sus agentes es real y superior a la ficción misma.
  5. Demostrar que Hollywood es “imparcial”, sin vínculos políticos, sino objetivo y que muestra la verdad como producto de la creatividad artística.

El «progre» Bardem ya se está haciendo una idea de ello  

El cártel de HollyCIAwood (1): patrioterismo, propaganda de guerra y fascismo

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Hollywood ya no es lo que era, aunque tal vez nunca lo fue, puesto que la llamada edad “dorada” del celuloide en Yankilandia estuvo (y mucho) tan contaminada de propaganda imperialista como el reciente cine del Tío Sam. Acabo de ver un documental que me lo recuerda. Habla sobre la penetración de la CIA en Hollywood, algo  que ya venía, por otra parte, de antiguo aunque entonces era menos conocido y perceptible que ahora. Habría que remontarse, para hacer una analogía razonable, hasta el Código Hays de los años treinta o el Comité de Actividades Antiamericanas (en inglés, HUAC) y sus chivatos a sueldo, en los años cuarenta. Entonces, era el más mediático FBI, el del fascista Edgar Hoover -el director de los federales-, quien se encargó de propagar la “guerra sucia” en contra del Hollywood “rojo” con tal de encontrar, como fuese, “comunistas” en todas las aristas de los estudios “hollywoodienses”. Los informes de la Oficina Federal, plagados de citas de delatores, incriminaron (entre otros), a actores bien conocidos y respetados como Frederic March, Paul Muni, John Garfield o Edward G. Robinson.

La sección anticomunista del FBI se encargó de que actores, escritores, guionistas, magnates y directores ejercieran la delación por “principios” y, también, para conservar su reputación y, lógicamente, su trabajo. Según Ryan Wadle, que cita un libro de John Sbardellati (J. Edgar Hoover Goes to the Movies: The FBI and the Origins of Hollywood’s Cold War –J. Edgar Hoover va a por el cine: El FBI y los orígenes de la Guerra Fría en Hollywood):  Dos factores ayudaron a la campaña de Hoover (el entonces jefe del FBI) para erradicar la subversión en Hollywood. En primer lugar, Hoover había seleccionado personalmente a los nuevos agentes del FBI y siguió supervisando la contratación de los mismos a largo de su carrera, lo que significaba que el FBI y sus integrantes debían reflejar la cosmovisión patriotera y paranoica de Hoover. En segundo lugar, Hoover comenzó a investigar a sospechosos de “subversión comunista” en Hollywood sin notificarlo a sus superiores en el Departamento de Justicia. La combinación de estos dos factores permitieron a Hoover llevar a cabo una vigilancia sin precedentes  en la industria estadounidense del entretenimiento.

El cine social, y no la delirante y fantasmágorica “sovietización de EEUU a través de Hollywood”, que tanto pregonaba la ultraderecha norteamericana, empezaba a resultar “peligroso” para el sistema de “valores” estadounidense. Resultaba demasiado antiamericano y subversivo el retratar la “problemática social estadounidense”. La penetración comunista en Hollywood no fue tal, sino que la verdadera invasión en territorio americano fue la presencia de miles de criminales de guerra nazis que, terminada la II Guerra mundial, entraron a formar parte de la CIA y el complejo militar-industrial.

 

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JOHN GARFIELD, ACTOR PERSEGUIDO POR EL NAZI-MCCARTHISMO

 

Precisamente, el gran mérito del cine clásico, o una determinada época del mismo (años 30-40), es que jugó de forma certera con elementos que dejaban muy al desnudo las miserias de la sociedad norteamericana, la corrupción de sus instituciones, el salvajismo de su sistema carcelario y las mil y un caracterizaciones de personajes maleantes, malencarados, perdedores y “femmes fatales” en el brillante, oscuro y siempre vivificante cine “noir”, primero muy abiertamente (años treinta) y luego más sostenidamente (años venideros). Pero lo cierto es que por cada película con sabor a derrota del “american way of life” aparecían como setas glorificaciones imperiales a cargo de John Ford y otros tipos que cantaban las “gestas” del “buen americano medio”, aunque fuese a costa de triturar indígenas en serie y elevar a la categoría de héroes a forajidos (Murieron con las botas puestas), o bien vendernos cuentos de navidad con aroma a gazmoñería ultraconservadora (Qué bello es Vivir). Las comedias (sobre todo, las musicales) también sirvieron a este fin. Había que proyectar, en lo posible, un modelo de sociedad basada en el capitalismo y en unas instituciones “intachables” donde la ley y el orden, la familia y la propiedad privada estuvieran por encima de cualquier otra contingencia, además de incluir tics ideológicos tan habituales como “este es un país libre”. Criticar a los ricos o retratar la miseria social eran cosas del bolchevismo que no se podían tolerar.

La Segunda Guerra mundial fue uno de los detonantes del cine propagandístico americano. Hitler era la amenaza y luego llegó Japón con Pearl Harbor. Pero la exacerbación panfletaria vino, precisamente, tras el fin de la guerra contra el nazismo. Empezaba la cacería contra el “comunista” (real o inventado) en Hollywood y fueron cayendo víctimas (unas cruentas, como John Garfield, quien afirmó -debido probablemente a las presiones- que él jamás fue comunista -su mujer, Roberta Seidman, si lo era- pero no delató a los que sí conocía que formaban parte del «ala comunista» de Hollywood, por lo que fue perseguido hasta la muerte) otras llevadas al ostracismo (Hanns Eisler, al igual que Bertolt Brecht, ambos exiliados en la RDA, Charlie Chaplin, refugiado en Europa, Herbert Biberman etc). Entre medias un grupo de “notables” del cine (Humphrey Bogart, su mujer Lauren Bacall, Henry Fonda, Paul Henreid, Edward G. Robinson, Gene Kelly, Myrna Loy, William Wyler, etc) intentaron dar la cara por los «acusados», oficialmente, Diez de Hollywood, pero, finalmente, salieron echando pestes de ellos ante lo que podría caerles encima, hoz y martillo incluidos, no sea que se quedaran fuera del circuito y fueran privados de sus piscinas –Orson Welles, dixit-.

El cine de izquierdas fue abortado por el FBI y el Comité macarthista y más de 300 autores (cineastas, músicos, escritores o actores) fueron vetados, por la extrema derecha anticomunista, para trabajar en la industria del cine. Al mencionado John Garfield le acosaron sin tregua, después de haber descartado al cómico Danny Kaye y a Edward G. Robinson, otros sospechosos de simpatizar con Pepe Stalin. Lo del “descarte” lo contó la propia hija de Garfield, quien manifestó que un representante del HUAC pidió la cabeza de uno de los tres actores mencionados a los jefes de los estudios de Hollywood, para “aislarle” convenientemente. Lo consiguieron llevando, de forma indirecta, “al otro barrio”, al gran John Garfield.

 

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Humphrey Bogart y Lauren Bacall, con Danny Kaye al fondo, protestando ante las sesiones del HUAC contra los Diez de Hollywood

 

Este “toque de atención” al “rojerío” americano certificó la defunción del cine independiente y de contenido “social” en EEUU, que volvería tímidamente a asomar a mediados o finales de los años sesenta pero siempre haciéndolo de forma marginal en comparación con los proyectos cinematográficos que ya estaban siendo financiados y asesorados por la CIA y el Pentágono, los que real y mayoritariamente llegaban al espectador del Tío Sam. Las comedias musicales o las obras de contenido “bíblico” también eran otra forma de propaganda (de calidad en algunos casos, Sinué el Egipcio, Ben-Hur) y proliferaron junto a varias patochadas anticomunistas en los años cincuenta, para extenderse hasta el final mismo de la guerra fría. Entre un pacifismo bien visto (Senderos de Gloria), arriesgados alegatos antirracistas (No Way Out, 1950, Joseph Mankiewicz) o parodias de humor (Teléfono Rojo, volamos a Moscú) bien toleradas, se encontraban alegorías belicistas como Boinas Verdes (John Wayne) en los años sesenta e incluso la entronizada Apocalypse Now (del megalómano Coppola) en los setenta o buenrollistas (engañosas) como el Platoon de Oliver Stone en los ochenta. Todas no dejaban de mostrar al espectador que EEUU mandaba y ordenaba, militarmente, en el mundo, aunque las dos últimas no incurrieran en el estrépito  grotesco de engendros fascistas como Amanecer Rojo (John Milius), El Sargento de Hierro (Clint Eastwood), Desaparecido en Combate (Chuck Norris), Delta Force (Lee Marvin) o la infecta saga Rambo.

No debemos olvidarnos, tampoco, de subproductos de variado pelaje de los años setenta y ochenta donde ya se empezaba a demonizar a los árabes masivamente y a vanagloriar a Israel, retratando a los musulmanes como despiadados villanos en producciones que versaban sobre secuestros y ataques terroristas de falsa bandera. Películas como Domingo Sangriento, Entebbe o los pestiños judío-sionistas de turno, algunos de ellos patrocinados por un dúo muy prolífico en aquellos años (Menahem Golan-Yoram Globus) son algunos de esos ejemplos, mientras que las películas sobre catástrofes (el serial “setentero” de los aeropuertos, pirañas, tiburones y terremotos) tenían un efecto menos perceptible pero muy parecido a la casquería anticomunista de turno: se trataba de inocular el miedo al ciudadano norteamericano desde una vertiente ideológica camuflada de “entretenimiento”.

Y es que Hollywood, en toda su historia, no ha hecho otra cosa que, por una parte, plasmar en el cine (y luego en TV) las “buenas y necesarias” políticas estadounidenses en el exterior (demonizando hasta lo grotesco a sus enemigos) y, por la otra, promover su cosmovisión interior del “american way of life” para consumo propio pero también, cómo no, a través de sus mecanismos neocolonizadores, con la idea de expandirlo fuera del territorio norteamericano. Lo demás es creer en la inocencia infantil de una industria que, mayoritariamente, ha estado y está destinada a vender ideología y a respaldar el sistema que representa. Con estos presupuestos, la CIA, como afirma la escritora Tricia Jenkins, entró en Hollywood, entre otras cosas, para influenciar al público extranjero.