Madrid y el lío de los transgénicos

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Los de Ahora Madrid (una de las marcas blancas del capitalismo neoprogre para cambiarle la cara al régimen de los bribones) se han embarcado en una campaña que ha desatado la ira, la mofa, la befa y la bufa de la comunidad falsamente llamada “escéptica” y, también, cómo no, ha recibido lo suyo desde el pedestal de la ciencia oficial. La cuestión mollar del lío es que la formación de la nueva gobernanta madrileña (Manuela Carmena) quiere declarar la capital del reino “bobónico” libre de transgénicos. Una buena iniciativa que no ha gustado a los ecolofóbicos de la agricultura natural que, con su habitual y endémica intolerancia, han ido a degüello cual cruzados de la santa ciencia contra aquélla propuesta que, dicen, es “irracional y anticientífica”. La herejía anti-transgénica ha sido mayúscula y debe ser erradicada por el Santo Oficio de la incorruptible ciencia y su brigada apostólica “anti-magufa”. Pero esta ciencia (oficial) de incorrupta ya se sabe que no tiene nada y de fraudulenta…cada día más.

Los cultivos transgénicos se han impuesto (o los ha impuesto el lobby de la biotecnología) en muchos países del mundo mediante variadas técnicas científicas (además de las de extorsión), básicamente utilizando ADN recombinante, una suerte de inserción genética en un ser vivo cuyo gen implantado se ha extraido previamente de otro. Las plantaciones más extendidas de OMG (organismos modificados genéticamente) son las de soja, colza, algodón y maíz. Detractores (entre los que me encuentro) y propagandistas de los transgénicos llevan años enzarzados sobre las bondades o maldades de este modelo desarrollista agrotóxico cuyos efectos sobre la salud, a día de hoy, son inevaluables por inseguros, impredicibles y porque pueden provocar efectos inesperados y potencialmente peligrosos.

A pesar de la selva de datos, supuestamente, empíricos que nos ofrecen los heraldos de la biotecnología los estudios científicos, realizados casi siempre a corto plazo, son financiados casi todos ellos por multinacionales como Monsanto, Syngenta, BASF o Bayer, los cuáles carecen de toda credibilidad por ser un claro y desvergonzado ejemplo de conflictos de intereses; por tanto, sus resultados están manipulados a favor de esa industria, no son objetivos, mientras que los Comités científicos vinculados a los gobiernos están integrados por personas favorables a la industria biotecnológica, en particular, a las multinacionales que controlan el mercado de los OMG.

En España, uno de los lacayos de Monsanto, se permite todo en materia de transgénicos. El mismo CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas) y las universidades son pagados para investigar bajo el paraguas de aquélla multinacional y otras corporaciones similares. Un ejemplo es el programa de Doctorado en Biotecnología y recursos Fitogenéticos de Plantas y Microorganismos Asociados de la Escuela Superior de Ingenieros Agrónomos de la Universidad Polítécnica de Madrid, que tiene suscritos acuerdos con multinacionales como Roche, Monsanto y Syngenta. Entonces ¿quién puede creer en la bondad de la agricultura de los OMG y en esos cruzados de la causa transgénica cuando están en juego estas alianzas entre los lobbys de los agrotóxicos y la ciencia oficial? ¿Quién puede creer en una investigación científica imparcial? Sólo ellos.

Con los OMG, en países como EEUU, España o Brasil no se ha aplicado, en la práctica, el principio de prevención y cautela (es decir, de una alerta que señale las potenciales consecuencias negativas de los OMG si no se tienen certezas concluyentes de su inocuidad). Los que realmente saben de esto son los que trabajan a pie de campo, los agricultores que no se han dejado seducir o chantajear por los fabricantes de semillas transgénicas. Juan Carlos Simón, uno de ellos, con amplia experiencia en el sector agrícola y considerado a sí mismo como científico rural, lo corrobora con sólidos argumentos: Los OGM son más caros, menos productivos, generan efectos inesperados y nuevas enfermedades, virus potencialmente patógenos y aumento de la lignina, con lo que son menos digestibles. Muchos agricultores están dejando de ponerlos ya que la rentabilidad por hectárea es entre 300-600€ menor que con el convencional. En el caso de la soja es mucho peor y lo peor de todo, las mutaciones genéticas terribles producidas por la contaminación con OGM.

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Pero los defensores del agrogenocidio siguen abonándose (nunca mejor dicho) a las jugarretas pseudocientíficas y a los arabescos dialécticos, visto que les están desmontado el fraude de la biotecnología sponsorizada por Monsanto…a marchas forzadas. Ahora recurren a los transgénicos éticos. Para ello nos remiten al “arroz dorado”, como prueba fehaciente de ello. Simón aporta conocimiento para contraponerlo a la verborrea pseudocientífica: Como siempre el nombre (arroz “dorado”) es un eufemismo, no tiene nada de dorado [el nombre viene porque el grano toma un tono amarillento debido a los pigmentos carotenoides que constituyen la vitamina A]. Hay muchos problemas en este tipo de OGM, dice Simón, ya que la polinización cruzada podría destruir las muchas variedades de arroz, el efecto de la epigenética, que quiere decir que cuando cambiamos el medio ambiente intracelular o extracelular el mismo gen puede producir hasta 35.000 proteínas diferentes. O sea que si lo resembramos no hay garantías de que salga vitamina A, ni en qué cantidad, ni donde, ni asociado a qué

Para Simón todo lo que que venga desde organismos no oficiales como estudio independiente va a ser denostado porque ni es fiable, ni científico, ni bienintencionado. Viene ahora mismo a la memoria (y lo cita el propio Simón) el estudio lapidado del francés Seralini cuyos máximos detractores se situaban en la órbita de una organización británica vinculada con la industria de los transgénicos (el Centro de Medios para la Ciencia, SCM), conocida por poseer una larga historia a la hora de «apagar» controversias sobre los OMG y tener como financiadores  numerosas empresas que producen transgénicos y pesticidas. Como bien señala Simón, dichos ensayos de laboratorio se hicieron de la misma forma que los publicados por Monsanto sólo que en vez de hacer ensayos de tres meses, como hizo la empresa del agente naranja, en el de Seralini se hicieron a 2 años vista, porque este es el tiempo en el que se comprueban los efectos a largo plazo, y con tres meses se ocultan los resultados reales. Los resultados de Seralini fueron denostados de forma publicitaria nunca científica.

La agrotoxicidad de los OMG parece fuera de toda duda, al margen de los cuentos de hadas de la oficialidad trampera y sus brazos armados de la gran industria del negocio transgénico. En la India saben de ello y se han preguntado el por qué los reguladores de ese país, los científicos del sector público y otras instituciones promueven tecnologías de modificación genética, con exclusión de cualquier otra opción, a pesar de la evidencia sobre riesgos de bioseguridad relacionados con los transgénicos (el caso del algodón transgénico Bt). Tales fraudes científicos te hacen plantear hasta qué punto los científicos de la biotecnología y los reguladores están imponiendo por la fuerza la tecnología de transgénicos en la agricultura y que los motiva a ejercer estas prácticas fraudulentas.

¿Pero acaso la tecnología de modificación genética, al margen de su “maldad” para con los cultivos agrícolas no goza de aplicaciones que podrían tener usos terapéuticos para tratar o curar (sic) enfermedades? ¿Así..es? Existen vacunas (papiloma humano) o la insulina humana que se aplican en el campo de la medicina. Pero Simón nos advierte de que Los científicos que trabajan con la medicina no pueden fracasar, así la insulina transgénica o la vacuna del papiloma humano están creando gravísimos problemas y todavía no están aprobadas ni son obligatorias ya que cada persona es un medio ambiente diferente. Su efectividad es menor que el riesgo y que los problemas ocasionados que se ocultan, pero públicamente se dice que gracias a ellos se está curando.

La quincallería pseudoescéptica y científica oficial se ha pasado tres pueblos, como es su costumbre, movida desde los departamentos de marketing de Monsanto, Syngenta o Bayer y utilizando como portavocía a los grandes medios del monopolio informativo, para lanzarse en tromba en contra de una propuesta que pretende adecentar el epidérmico panorama de la soberanía alimentaria, actualmente rehén de un negocio muy lucrativo (por no decir delictivo). En definitiva, este tipo de iniciativas, como la de Ahora Madrid, no pretende otra cosa que abrir vías para el derecho de los pueblos (que, ya de por sí, deciden poco o nada) a disponer sobre la explotación de sus tierras, sus prácticas agroambientales o su biodiversidad.

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