Las atrocidades de la OTAN, la CIA y el Mossad: cincuenta años de falsas banderas (2). De Madrid a Noruega pasando por Berlín, Lockerbie y Londres (II)
Explosión de un avión de Pan Am Airlines en Lockerbie (Escocia), 1988: una cruel farsa terrorista ejecutada por la CIA y el Mossad
«No puedo aceptar dinero ‘ensangrentado’ cuando sé que los libios no han estado nunca involucrados en el atentado de Lockerbie»
(Matt Berkeley, familiar de una víctima del vuelo de la Pan Am, a raíz del pago de las compensaciones económicas de Libia a las víctimas del atentado de Lockerbie)
El 21 de diciembre de 1988 un avión de la compañía aérea Pan Am se estrelló en la proximidades de la población escocesa de Lockerbie después de estallar en el aire y perecer los 259 pasajeros y 11 tripulantes que iban a bordo, la mayoría de origen estadounidense. Sin duda, el siniestro de Lockerbie fue uno de los atentados aéreos más mediáticos y conocidos de la historia. Un atentado que fue atribuido a Abdelbaset Ali Mohammed Megrahi, jefe de seguridad de Libyan Arab Airlines (LAA), junto a Lamin Khalifa F’hima, el gerente de la estación de LAA en Malta (posteriormente absuelto), quienes, supuestamente, idearon la colocación de una bomba en el vuelo de la Pan Am. El trayecto que realizó el maletín-bomba fue, cuanto menos, curioso, por no decir rocambolesco. Según la versión oficial, primero los supuestos “terroristas” tomaron un avión desde La Valetta (Malta) a Frankfurt (Alemania Federal) con la bomba, como quien dice, «bajo el brazo». De aquí, el maletín-bomba fue trasladado a Londres para ser entregado, supuestamente, por los dos “terroristas”, a un traficante de drogas de origen libanés llamado Khalid Jaffer (al que, supuestamente, engañarían haciendo creer que el contenido del maletín contenía droga). El libanés aprovechó la ocasional ceguera del personal de control del aeropuerto londinense, para depositar sin “problemas” la maleta en el vuelo 103 de la Pan Am con destino a Nueva York, donde poco después del despegue estallaría en el espacio aéreo de Escocia. Jaffer fue el único árabe que viajó en el Boeing 747.
Desde el primer momento de la voladura del avión de la Pam Am los servicios de inteligencia de EEUU (CIA), Alemania Federal (BND) e Israel (Mossad) afirmaron que el atentado había sido perpetrado por libios proiraníes con apoyo del jefe del estado de Libia, Muammar Ghadafi. Esta orquestada patraña continuó durante años y culminó con la imposición de sanciones y el aislamiento internacional de Libia en 1992. El burdo y criminal montaje para incriminar a Al-Megrahi y F’hima resultó muy poco creíble, inverosímil, pero esta era la versión trampa preparada para ser vendida a los medios controlados que no iban, lógicamente, a poner sombra de duda sobre la misma. Adormecer y manipular a la opinión pública estaba al alcance de la mano por parte de las plataformas mediáticas hegemónicas a través de unos hechos claramente manipulados y que no se sostenían en pie.
¿Cómo es posible que una maleta-valija, con una bomba en su interior, pudo burlar dos de los aeropuertos más transitados y controlados del mundo, sobre todo en aquellas fechas (diciembre) como eran los de Frankfurt y Heathrow (Londres) como no fuese con la intervención directa del espionaje occidental quien tiene acceso y manga ancha para intervenir donde le plazca, aeropuertos incluidos? Está claro que la bomba de Lockerbie se «entregó» o «colocó» en el mismo aeropuerto de Londres (sin pasar por Alemania) y no fue detectada porque alguien con mucho poder estuvo en el momento justo donde se dejó «vía libre» a su introducción en el vuelo 103. No pudo ser de otra manera. Salvo para un puñado de investigadores independientes que desmontaron otra “falsa bandera” más del terrorismo de Estado americano-europeo-sionista, el resto se tragó la versión oficial sin rechistar como, por otra parte, era de prever. Megrahi, el único condenado, fue el chivo expiatorio seleccionado por los servicios secretos de Israel, Alemania y EEUU para demonizar, nuevamente, a Libia. Pero la realidad fue muy distinta de cómo nos la contaron.
Para empezar, existen evidencias de que uno o varios agentes del Mossad visitaron la escena del crimen (los restos del avión siniestrado) manipulando pruebas e incluso robando la maleta de un empleado de la Agencia de Inteligencia de Defensa de EEUU, asignado temporalmente a la CIA, llamado Charles McKee, quien viajaba en el avión junto a otros cuatro agentes de la CIA (el informe Interfor cita hasta siete): en concreto, junto a McKee iban en el avión Matthew Gannon, Jefe Adjunto de la Estación de la CIA en Beirut; Ronald Larivier, Daniel O’Connor, y Bill Leyrer. Mckee se cree tenía vínculos con operaciones “cointel-pro” en el Líbano. En torno a este último personaje (McKee) y el resto de espías norteamericanos fallecidos en el atentado de Lockerbie hay un trasfondo turbio que parece ser fue, finalmente, el detonante a la hora de ejecutar este atentado de falsa bandera.
La aerolínea estadounidense Pan Am contrató a investigadores para esclarecer, internamente y a petición de las víctimas, las causas del siniestro. La empresa seleccionada fue Interfor, a cuyo cargo estaba un ex espía del Mossad, Yuval Aviv. Las sospechas de que esta agencia jugara en favor de la versión trapacera de EEUU-Israel se disiparon pronta e inesperadamente. Interfor llegó a unos resultados sorprendentes en sus investigaciones, las cuales diferían radicalmente de las motivaciones de un terrorismo de marca libio-iraní, tal como habían propagado falazmente desde EEUU, Israel y Alemania. El objetivo del atentado de Lockerbie habría sido la eliminación de los agentes de la CIA que iban a bordo del vuelo 103 de Pan Am. ¿Por qué? ¿Tal vez porque los libios inculpados sabían que viajaban en el avión miembros de la CIA y decidieron cometer el crimen? No, los libios no tenían nada que ver, obviamente. Parece ser que el equipo de Mckee llevaba consigo pruebas de que la Agencia Antidroga norteamericana DEA estaba implicada en una red de tráfico de heroína junto a una organización paralela de la CIA denominada COREA. Mckee habría reunido pruebas concluyentes de la participación de la DEA en el tráfico de drogas y lo iba a poner en conocimiento de sus superiores. Esta sería la parte medular, el meollo de la cuestión, del affaire “Lockerbie”.
La orquestación de la campaña de difamaciones e incriminaciones anti-libias sería la otra parte sucia para ejecutar una coartada aparentemente perfecta para dar forma definitiva a la “falsa bandera”. Pero el operativo pre y post-terrorista del Mossad para inculpar a Libia fue dejado en evidencia por uno de sus ex espías: Victor Ostrovsky, quien declaró que agentes del espionaje israelí infiltrados en Libia habían enviado un “señuelo” desde Trípoli a Berlín, el día después del atentado, para que fuese recogido por la CIA (algunos afirman que la agencia norteamericana desconocía la falsedad orquestada por el Mossad, algo extremadamente difícil de creer) y, de este modo, fabricar la posterior prueba falsa en contra del libio Al Megrahi. Exactamente igual que había ocurrido dos años antes en el atentado de la discoteca La Belle donde el cabeza de turco elegido fue otro inocente libio: Yasser Chraidi. La película parecía que estaba perfectamente calibrada: bombas en Berlín Occidental atribuidas a los libios-respuesta de EEUU bombardeando Trípoli-contrarrespuesta (falsa) de Libia volando el avión de la Pan Am.
Los preparativos de la operación encubierta del Mossad habían comenzado en el mes de febrero de 1986 para cubrir la falsa bandera de la discoteca La Belle, en Berlín Occidental, cuando la agencia de espionaje judía había instalado secretamente un dispositivo de comunicaciones conocido como «Troyano» en un apartamento de Trípoli (Libia). El troyano recibiría mensajes difundidos por una unidad “psy-op” (guerra psicológica), la LAP, del Mossad en una determinada frecuencia y automáticamente transmitiría en una frecuencia diferente a utilizar por el gobierno libio. Ostrovsky confirmó que «el Mossad trató de hacer creer que se estaba transmitiendo una cadena de órdenes de terroristas a varias embajadas de Libia en todo el mundo.» Ostrovsky afirma que la inteligencia de EE.UU., según lo previsto por los israelíes, interceptó los mensajes falsos, creyendo que serían auténticos, sobre todo cuando después recibió la confirmación del Mossad. Megrahi y Libia, ya estaban disponibles para ejercer de chivos expiatorios ante el mundo. Pero la CIA no era un espectador neutral en todo este asunto puesto que estaba al tanto de todo y formaba parte del montaje, junto al Mossad, contra Megrahi, tanto que fue la agencia norteamericana la que fabricó una prueba falsa para incriminar a Libia y al propio Megrahi. Así lo testimonió, años después de la masacre, un ex jefe superior de la policía escocesa quién afirmó que las pruebas sobre el atentado de Lockerbie fueron falsificadas. La CIA, según ese policía, plantó en el lugar del crimen un pequeño fragmento de placa de circuito, clave para condenar a Megrahi. Esta noticia apareció en el diario escocés The Scotsman el 27 de agosto de 2005.

Megrahi, el cabeza de turco libio de la banda CIA-Mossad
Ghadafi cedería, finalmente, ante las presiones-chantajes internacionales, después de años de criminalización contra el Estado libio, entregando al ciudadano Megrahi a las autoridades escocesas en 2001, once años después del atentado. Megrahi, como estaba señalado en el guión, fue condenado y encarcelado de forma injusta y, por tanto, ilegal. En 2003, las sanciones sobre Libia fueron levantadas después de que este país cediera a la extorsión internacional y pagase, injustamente, compensaciones económicas a las víctimas del atentado. Tras ocho años de reclusión Megrahi fue puesto finalmente en libertad en 2009 por causas de salud (padecía una enfermedad terminal), lo que levantó la ira y las protestas de los cínico-criminales del Reino Unido y EEUU (Cameron y Obama) y, como siempre, de unas víctimas engañadas y manipuladas.
Robert Black, profesor de derecho de la Universidad de Edimburgo y promotor para que el juicio contra Megrahi se celebrase en un país neutral (Camp Zeist, Holanda), tuvo que rendirse a la evidencia de que «ningún tribunal razonable podría haber condenado a Megrahi bajo cualquier supuesto», y tildó su condena de 2001 de «una barbaridad total y absoluta”
EEUU y sus amanuenses europeos, incluido el gobierno escocés, organizaron una gran farsa sabiendo que Megrahi era inocente (como aquí, en el 11-m, las cloacas del Estado planearon una encerrona contra el marroquí Jamal Zougam), al igual que Libia, a pesar de que incluso la compañía Pam Am Airlines tenía información, a través de la agencia Interfor, que sugería que Al-Megrahi era muy probablemente inocente y que Libia era muy improbable que hubiera participado en el atentado.
Megrahi antes de morir dijo que «La verdad nunca muere.» Pero lo cierto es que la “verdad” de los criminales fue la que masivamente se inoculó y se hizo creíble para el gran público de Europa y del resto del mundo.
Fuente parcial: Globalresearch.ca
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