Frederic Cliffe, un inglés atípico

En líneas generales, nunca he sido un gran seguidor de los compositores ingleses  del siglo XIX o XX. Siempre sus propuestas musicales me parecían que estaban recargadas con tufo victoriano o bien bajo la pesada influencia de compositores como el finés Sibelius o el germano Richard Strauss. Demasiada pompa vacía e insustancial, linealidad cercana al sopor o escasas variedad idiomática y color. En definitiva, en mi subjetiva opinión, partituras alicaídas, henchidas, pesantes y monótonas en las más ocasiones. Ni el sobrevalorado Benjamin Britten, ni el grumoso Arnold Bax, ni el manido Gustav Holst a pesar de sus sempiternos, archigrabados y apreciables Los Planetas, ni el marmóreo y pretencioso Vaughan Williams han terminado de colmar mis apetencias musicales en la “pérfida Albion”. Uno de los más renombrados compositores ingleses, Edward Elgar, sí puedo decir que me llena algo pero sólo en las programáticas y  brillantes Variaciones Enigma, en la otoñal y melancólica Serenata para cuerdas, o en esas decadentes aunque vibrantes (según para quién, claro) Marchas militares (agrupadas en torno al título de Pompa y Circunstancia) que evocaban al entonces pujante imperio británico. Sus dos conocidas sinfonías me parecen, sinceramente, un monumento al bostezo.

Frederic Cliffe (1857-1931), fue  un compositor inusual entre los músicos ingleses de finales del siglo XIX y principios del XX. En un doble sentido: compuso tan poco que solamente llegó a un total de seis trabajos orquestales, en sus setenta y cuatro años de vida, ya que estuvo más centrado en su faceta de pedagogo musical que en la de compositor. Y también, para variar, respecto de sus colegas británicos (particularmente de Elgar, su coetáneo más cercano en el tiempo) adoptó elementos discursivos musicales alejados de cualquier acervo digamos “localista” (folklorismo de raíces célticas o irlandesas -al modo de un Hamilton Harty-, los paisajes brumosos que aparecen en las sinfonías de Bax, o los ya mentados tics victorianos tan presentes en otros compositores de UK como Elgar). Quizás por ello me haya gustado bastante este acercamiento a su ignota Sinfonía nº 1 en Do Menor. Aquí el referente sonoro que planea es el gusto por la tradición de los músicos centroeuropeos del siglo XIX, ecos beethovenianos (primeras notas del Allegro con brio de la Quinta del sordo de Bonn, en su Primer movimiento, Allegro non troppo), texturas  mendelssohnianas y brucknerianas incluidas en el lote, además de un manejo de la melodía (Tercer Movimento – Ballade)  realizado bajo los mejores parámetros estilísticos del romanticismo diecinuevesco. El Finale está realizado con desenvoltura y la suficiente amplitud expresiva siguiendo, en cierto modo, las pautas musicales del primer Bruckner, resolviendo con brillo la expansiva coda final. Del poema sinfónico Cloud and Sunshine, la otra obra que completa el disco, se puede decir prácticamente lo mismo que de la sinfonía, es decir, se trata una partitura paisajística de construcción formal, bien planificada en todos sus extremos. Se deja escuchar, aunque algo menos que su sinfonía en do menor.

Dirige con acierto, ambas obras, el director inglés Christopher Fifield al frente de una solvente y apañada Malmoe Opera Orchestra, formación sueca que cumple sin grandes sobresaltos. El sonido, algo reverberante, tomado de la iglesia sueca de St. Johannes, le otorga una dimensión un tanto “granítica” a la grabación.  

Fragmentos de la Sinfonía en Do menor

Primer movimiento (Allegro non troppo – 2’04»).

Tercer Movimiento (Ballade. Andante con espressione – 2’36»).

Cuarto Movimiento (Finale. Allegro vivace. Andante maestoso – 2’02»)

    • uraniaenberlin

      Mi alergia para con casi todos los compositores ingleses es endémica, menos con los del período barroco o clásico (el breve Hebden, el genial Purcell, John Marsh o Wesley, por ejemplo, o el «clasicazo» Haendel, aunque para mí este es de pura cepa germana). Hace años ví una ópera de Britten por la 2 (Peter Grimes) y no me disgustó para no ser muy fan él. Pero nunca terminó de impregnarme su sabiduría musical. Cito a Alan Rawsthorne como otro contemporáneo que me ha parecido «escuchable» (tengo algo de él en Naxos). Vamos que si sigo así…me van a acabar gustando más de la cuenta.

      Gracias por tu post
      Un saludo

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