Brahms y el poliédrico formalismo sonoro

 

Composer Johannes Brahms Outside

JOHANNES BRAHMS

 

Johannes Brahms (1833-1897) es, sin dudarlo, uno de los dos o tres compositores más importantes del período musical que se dio en llamar Romanticismo (o tardorromanticismo, para los más rezagados) allá por los primeros años del siglo XIX. Discurso musical que iba asociado a otros movimientos de tipo cultural o político que expresaban, entre otras tendencias, un renovado fervor nacionalista y un marcado individualismo. Eran tiempos de retorno a unos valores en los que primaba lo espiritual y el idealismo más antimaterialista. Se abandonaba, pues, los principios racionalistas del siglo dieciochesco de las “Luces” en favor del subjetivismo y de una realidad, digamos, “mistificada”. Pero Brahms, en cierto modo, estaba relativamente alejado de todas esas corrientes de viejo cuño a la hora de expresar en los pentagramas su ideario, al menos de forma explícita (su Réquiem alemán). No fue estrictamente un “conservador” (un sambenito que no se corresponde a ciencia cierta con la realidad de sus composiciones; aunque políticamente fuese harina de otro costal) ni tampoco un renovador del lenguaje sonoro (al estilo del opulento Wagner). Sus obras fueron una síntesis de la forma clásica (mozartiana-haydiana) con elementos propios del elocuente universo polifónico beethoveniano. Continuador de la “tradición”, pero con criterio propio, alejado de toda pompa (y circunstancia) superficial. Estructura musical, la suya, compleja pero excepcionalmente bien armada, sin adornos cromáticos superfluos.

Me voy a referir, en la obra musical de Brahms, estrictamente a sus cuatro sinfonías, señalando las referencias discográficas que, entiendo, son de primera línea (aunque existen ciclos completos espléndidos que son prácticamente desconocidos – Otmar Suitner, Staatskapelle Berlin o Evgeny Svetlanov, Orquesta Sinfónica de la Radio Sueca). Al igual que sucede con Beethoven, el ciclo sinfónico brahmsiano es de los más registrados en el mercado y existen multitud de buenas interpretaciones-grabaciones. He optado por seleccionar, en vez de un ciclo completo a cargo de un director, una versión individualizada. Así, para la Primera sinfonía, obra cumbre donde las haya, las preferencias van por Herbert Von Karajan con su Filarmónica de Berlín en el excelente y único ciclo brahmsiano potable (de los cuatro que grabó) de 1963 (DG).  Una versión concentrada y matizada en todos sus extremos a la par que profunda y lírica (segundo movimiento)….transparente y con un admirable Finale, tan alejada de los superficiales registros que hizo este director años después.

En la Segunda sinfonía, tenemos a Kurt Sanderling y la Staatskapelle Dresden (un ciclo global excelente, RCA-Victor). La orquesta de la ex RDA, estaba en su mejor momento, aunque su punto débil seguían siendo los metales, que siempre han flojeado más de la cuenta en algunos repertorios. El director alemán supo sacar lo mejor de ella y de la obra en cuestión, nada prosaica (a diferencia de sus plomizos Sibelius o Haydn), exquisitamente equilibrada, romántica en los movimientos centrales y modélica en la conclusión de la misma.

Para la Tercera sinfonía es indiscutible (entre otros muchos, por ejemplo Otmar Suitner) Bernard Haitink al frente de su orquesta de siempre: la Concertgebow de Amsterdam, en su ciclo de los años setenta. Que puede decirse del holandés que no sea un consumado brahmsiano (su Tercera fue uno de los primeros discos de música clásica que cayeron en mis manos). Haitink nos ofrece una lectura de esta sinfonía (mi favorita entre las cuatro de Brahms) plena de matices y sabiamente articulada. El Allegro con brio inicial es efusivo, sin excesos dinámicos, donde el director holandés opta por respetar la recapitulación del tema inicial que abre la sinfonía. En el Andante que le sigue, Haitink incide con acierto en el carácter lírico y nostálgico del mismo. El tercer movimiento, el evocador Poco Allegretto, dará paso a  un intenso y ponderado Allegro final. Espléndida e inspirada versión, dentro de un ciclo global sobresaliente.

Finalmente, en la Cuarta sinfonía, tenemos a un Carlos Kleiber en estado de gracia (dos versiones, Filarmónica de Viena y también Orquesta del Estado de Baviera, DG). Sabiamente administradas las dinámicas y los acentos, Kleiber le otorga a esta sinfonía la adecuada tensión dramática sin perder un ápice de vivacidad y frescura (Scherzo), finalizando con un brillante ejercicio de fidelidad al discurso sonoro brahmsiano.

En conclusión, un compositor, Johannes Brahms, imprescindible en cualquier discoteca, cedeteca, o como ustedes gusten llamarlo, de todo buen melómano que se precie.

 

Primera Sinfonía, Tercer movimiento (Un Poco allegretto e grazioso)  (4’55») – Herbert Von Karajan, Berliner Philharmoniker (1963)

 

 

Tercera Sinfonía. (Tercer movimiento, Poco allegretto) (6’23») – Bernard Haitink, Concertgebow Amsterdam (1974)

 

 

 

Y un Poco Allegretto (Tercera Sinfonía de Brahms) todavía más intenso, a cargo de Evgeny Svetlanov y la Orquesta Sinfónica Nacional de Rusia (antes de la URSS)

 

 





Un Comentario

  1. JL

    Esta tercera, así me gusta llamarla, posee algunos detalles que la hacen especial, por ejemplo: la tensión del primer tema sobre los tres acordes sobre fa-la bemol-fa en el Allegro con brío; el dulce equilibrio del Andante segundo movimiento; la dolorosa languidez en do menor del tercer movimiento, que para nada es un scherzo, con un tema, por cierto, de los más cantábiles de Brahms; o la amplia introducción del cuarto movimiento, un pasaje que se transformará en un episodio como en conflicto, teñido de ritmo pero que concluirá con una sección tranquila, poco habitual, pero muy brahmsiana.
    El conjunto de la obra me hace pensar en los versos que Jorge Luis Borges dedicó a Brahms, en La moneda del hierro, pues creo que el poeta apunta con mucho tino hacia el verdadero valor de un compositor que no es tan sencillo de asimilar y disfrutar con intensidad. Entre otros versos, Borges anotó:
    Nada
    podrá justificar esta osadía
    de cantar la magnífica alegría
    -fuego y cristal- de tu alma enamorada.
    Mi servidumbre es la palabra impura,
    vástago de un concepto y de un sonido;
    ni símbolo, ni espejo, ni gemido,
    tuyo es el río que huye y perdura.

    Qué bien acierta Borges si aplicamos esa idea a esta sinfonía: ni símbolo, ni espejo ni gemido, tuyo es el río que huye y perdura. A Brahms pueden ustedes disfrutarle pleno de matices, intenso a la vez que ponderado, lírico y nostálgico, evocador, equilibrado y muchas veces modélico; también podemos disfrutar a Brahms dejando que sus compases, mucho menos conservadores de lo que se dice, afloren a través de esa trama compleja sin adornos superfluos. Por eso, a veces, Brahms resulta opaco, porque dice tanto, y de una manera tan bien armada, que no le dejamos espacio para él mismo; como ese río borgiano que fluye y perdura, alma enamorada de un Brahms meditativo por excelencia.

    [extracto del programa «Los Imprescindibles», de Radio Clásica, que emitirá el 21-XI-2012 esta Tercera Sinfonía de Brahms]

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    • uraniaenberlin

      Estoy completamente de acuerdo con este extracto, como no podía ser de otro modo, sobre todo incidir en el relativamente sorprendente Finale que no acaba en las «gloriosas» codas de sus otras sinfonías…sino de forma inesperadamente plácida. Pero el eje medular de esta Tercera sigue siendo, para mí, ese «brioso» primer movimiento y sus excepcionales acordes, que servirán para dotar unitariamente al conjunto de la obra. Inexcusablemente es Brahms, quizás la música más bella del romanticismo (¿acaso existe un movimiento más evocador e intimista en todo el siglo XIX que el Poco Allegretto de esa Tercera?)

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  2. Leo

    La divina trinidad, tres B, Bach, Beethoven y Brahms. Me acuerdo todavía de mis libros de música en el segundo año del conservatorio las discusiones acaloradas y subidas de tono gracias a este viejo con facha de cascarrabias. Sin dudas sos un gran conocedor de clásicos y estoy muy lejos de tu sombra, este señor de la escuela perteneciente a su lugar de nacimiento me confunde, y aquí lo enigmático, no fue un conservador pero tampoco un tradicionalista y si mal no recuerdo retirado absoluto hasta la abnegación de la escuela francesa. ¿Se puede llegar a la conclusión de ser tan absoluto y libre a la vez en sus formas, obstinado en lo magnífico de sus obras, demostrado adrede en su apariencia?

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    • uraniaenberlin

      Para nada lejos de «mi» sombra, Leo. Si has pasado por el conservatorio ya tienes títulos para ponerte por delante con suficiencia, por mucho que uno haya leído y releído, o escuchado, atentamente música.

      Todavía estoy bastante lejos de comprender los conceptos musicales expresados en un pentagrama. Por incidir en esa pugna conservadores-tradicionalistas del silglo XIX (reflejada en el «binomio» Brahms-Wagner, sobre todo). Brahms, estuvo, en cierto modo, apegado a la tradición (que no tradicionalista, en su sentido íntegro, como bien dices) . Utilizó la forma clásica con el uso de nuevos materiales o formas renovadoras.

      Como diría el musicólogo Dahlhaus, captando «temáticas y motivos de los clásicos», (esto eso, Bach-Beethoven) entrelazados con ese sentido innato que poseía el compositor hamburgués del equilibrio y dominio de la melodía (algo que se puede percibir en las cuerdas y maderas del bello Andante de la Tercera Sinfonía), así como del manejo de las densidades tímbricas.

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